Hola,
No tengo ni una idea, ni un pensamiento, ni siquiera una
mentira o algún drama exagerado para usar como excusa barata para poder
acercarme a ti. Porque vale, qué va, no me interesa ni huevo hablarte… Pero las
palabras –aún las más estúpidas- son la excusa perfecta para estar frente a ti,
y observar como de a poco tu sonrisa se va dibujando en tu rostro, y que al
compás de tu mirada, ni la física ni la matemática pueden impedir que ambas
fuerzas de atracción sumen proporcionalmente tus reacciones fisiológicas a la
distancia que recorren mis palabras hacia tus oídos, para que finalmente, la
ecuación sea la distancia de los cuerpos es proporcional al deseo que se tienen
el uno del otro. Y mira qué bien lo has hecho, si hasta lograste que terminara
hablando de matemáticas, aun cuando las detesto, y de una manera bien feliz por
lo demás. Y mientras las ciencias hacen su trabajo, yo te sigo observando, para
que te quedes en mi memoria, para que te quedes en los espacios vacíos de mi
mente, aquellos que me hacen suspirar a media noche bajo un cielo estrellado. Aquellos
que he descubierto que existen gracias a tus sonrisas, y a tus instantes de
observación-análisis que haces cuando te detienes a mirarme. Gracias a tus
escapadas de ironías y sarcasmos a tono de “broma”, que me hacen mover la
cabeza de un lado al otro tratando de entender cómo es que logras hacer que
funcionen tan bien en mí. Gracias a tus constantes sacrificios de TIEMPO para
escuchar mis delirantes y extremos dramas, que a veces solo existen en mi mente
y no necesariamente en la realidad. Gracias a tu semántica bien utilizada, la
que palabra por palabra me dice que nada ha sido escogido al azar, ni menos las
has querido decir como resultado inoportuno del juego hormonal que contextualiza
encuentros casuales, y es que es esa misma semántica la que eriza mi piel por
completo, atrapando mi mirada en el centro de tus ojos. Solo gracias a todos
estos retratos fotográficos de momentos hilarantes, es que reconozco que hay
más de mí por conocer que no conocía hasta antes de ti.
En fin, cautiva. Esa es mi palabra en estos momentos,
cautiva. Y aunque aún no puedo
identificar dónde es que queda mi voluntad en todo este juego conceptual, por
ahora puedo reconocer que una pequeña parte de mí, es esclava por voluntad a tu
–estúpida y sensual- sonrisa.
Y es que quisiera decirte que esa simbiosis que se provoca
cuando tú y yo estamos juntos, es simple e insuperablemente excitante. Y bueno,
con todo esto, no quiero que sientas que mis palabras son una patética –pero bonita-
forma de decirte que me gustas, porque claro, aunque suene aún más exagerado,
aún no puedo descifrar eso. Porque tampoco quiero decirte cómo es que mis
latidos cambian cuando tu piel rosa la mía. O tampoco quiero que sepas que al
mirarte una inefable lluvia de ideas colapsan mi sistema nervioso, para
resultar en un solo concepto: felicidad. Tampoco quiero que sepas que quiero
detenerme en tus ataques depresivos que llegan por lo menos una vez al mes,
esos que te tiran a la cama cuando solo quieres dormir, y que dibujan en tu
rostro más arrugas que abuelo de 100 años. Aquellos mismos ataques que nos
hacen mover la lengua en conversas largas y deliciosas, sobre la vida, la
felicidad, los sueños, el pasado, la historia, o simplemente nuestras vidas. Aquellos
mismos ataques que agradezco, porque ellos me han mostrado lo maravillo que
eres y lo insuperablemente brillante que puedes llegar a ser cuando te lo
propones. Esos mismos ataques que nos han permitido mostrarnos tal cual somos,
y que aun así, no han marcado distancia entre nosotros, al contrario, la
acorta. Distancia que a veces ha sido física, y que ha desaparecido fugazmente
cuando tus brazos me toman por completo, para quedarnos suspendidos en el tiempo-espacio
de los cálidos respiros. Ataques que finalmente solo buscan caricias y abrazos,
porque no creo –y no quiero- estar dispuesta a limitarme cuando te abrace,
porque la próxima vez que me abraces quiero seguir sintiendo que soy tuya, pero
que ambos seguimos siendo los mismos. Insisto que no quiero decirte nada con lo
que puedas mal interpretarme. Porque esta vez no soy un saco de emociones
irracionales y pasionales, una quinceañera con mariposas en la barriga que se
paraliza cuando escucha tu voz. No, esa no soy yo. Esta vez el vaso se ha
llenado de experiencias suficientes para entender que no se trata de quien
mueve tu piso, sino de quién se detiene contigo sobre el mismo piso inmóvil de experiencia,
fuerza, pasión e inteligencia. Recuerda, esa no soy yo. Tampoco soy esa que
siente que su vida tiene sentido ahora que lo encuentras a él, sino más bien,
que tu vida siga en el mismo sentido que antes de que lo conocieras, porque
entiendes que dos son mejor que uno. Porque ahora sabes que las personas son
falibles, incluso tú misma, y que por ello necesitas estar bien contigo misma
para poder estar bien para otro. Entiendes que tampoco se trata de estar
completa ahora que ha llegado él, porque sabes, por experiencia, que la
plenitud se alcanza cuando das y no cuando recibes, porque luego de todas las
veces que has estado sola, has entendido que han sido suficientes para
enseñarte que no hay nada mejor que estar completo de ti mismo, y que eso, a la
larga, resulta en dos vidas completas que caminan y trabajan paralelamente,
respetando sus diferencias para valorarlas y aprender de ellas. Por esto, no
quiero decirte todas esas brillantes y románticas palabras que son verdaderas
lisonjas fugaces, que duran un suspiro. Quiero simplemente decirte que quiero
ser feliz contigo, y que tú lo seas conmigo.